No ha sido una mujer de su tiempo y, como ella asegura, no se ha dejado arrinconar jamás. Tiene una fachada robusta y una planta erguida, pero, tal y como me dijo el primer día que fui a su casa, necesita compañía. La vejez y el abandono van tan unidos en la sociedad que vivimos que da miedo ponerse en su pellejo.
Las arrugas de Carmen son tan bellas que podrían competir con cualquier modelo encorsetada en los cánones actuales. Los surcos de su rostro y de su mirada no son sino huellas de caminos recorridos y sabiduría acumulada.