domingo, 12 de mayo de 2013

Mi vecina Carmen

Carmen apareció en mi vida como un torbellino de energía y autenticidad. Ella es, ante todo, coqueta y poseedora de un carácter que es el principal motivo de su soledad actual.

No ha sido una mujer de su tiempo y, como ella asegura, no se ha dejado arrinconar jamás. Tiene una fachada robusta y una planta erguida, pero, tal y como me dijo el primer día que fui a su casa, necesita compañía. La vejez y el abandono van tan unidos en la sociedad que vivimos que da miedo ponerse en su pellejo.

Las arrugas de Carmen son tan bellas que podrían competir con cualquier modelo encorsetada en los cánones actuales. Los surcos de su rostro y de su mirada no son sino huellas de caminos recorridos y sabiduría acumulada.